La etapa egocéntrica

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La naturaleza es sabia. Los niños nacen con un desarrollo del cerebro y unas capacidades neurológicas y de comunicación que se centran en la pura supervivencia.

Un recién nacido tan sólo tiene el recurso del llanto para asegurar que su madre se encuentre cerca para poder alimentarlo y protegerlo. No tiene capacidad para pensar en nadie que no sea él mismo y tardará años en ir ampliando esa visión.

Hacia los dos años, comienzan a desarrollar el lenguaje, un proceso que les irá abriendo las puertas para comunicarse con los demás y, poco a poco, ir comprendiendo al otro y desarrollando el pensamiento empático. 

Según Piaget, la etapa preoperacional, que comprende de los 2 a los 7 años se caracteriza por la evolución del egocentrismo más extremo, donde los niños no pueden situarse en perspectiva para comprender el mundo, sino que tan sólo tienen su propia relación consigo mismos y con el entorno siendo, para ellos, lo único válido. 

Es la etapa de las rabietas por excelencia, en la que sienten que han ganado cierta autonomía pero que, sin embargo, existen muchísimas limitaciones a la hora de hacer todo lo que sienten que quieren hacer.

En función de la edad, los niños tienden a relacionarse con los demás a diferentes niveles. Por ejemplo, alrededor de los 2 años, a falta de recursos y gestión emocional, pueden expresar el enfado con cierto nivel de agresividad. No son en absoluto conscientes del efecto que tiene esa agresividad en el otro. Es labor de los adultos el ir trabajando en esa perspectiva de empatizar y hacer consciente desde un acompañamiento respetuoso de las consecuencias de sus actos. Pero no lo hacen con una mala intencionalidad, sino como un mero mecanismo de impulsividad sin ser, para nada, conscientes del daño que pueden generar en el otro. No hay maldad, hay inmadurez neurológica. 

Los niños entre los 3 y los 6 años van dando pasos de gigante en este proceso “de ajuste” al mundo de los demás. Trabajar en el pensamiento emocional acorde a la edad y desarrollo madurativo les ayudará a ir adaptándose a esa empatía.

En la etapa de infantil tienen un pensamiento mágico. ¿Qué quiere decir esto? Que sus mentes imaginativas son capaces de dotar de vida a cualquier objeto de su entorno. Y esa capacidad la tienen por su mente fantasiosa en la que no tiene cabida cómo lo vean los demás, excepto ellos mismos. Es una delicia verlos y disfrutarlos en esta etapa, la capacidad de vivir “el aquí y el ahora” en su mundo…Una fase que se irá diluyendo en tanto en cuanto van comprendiendo las verdaderas propiedades de los objetos, los diferentes roles y puntos de vista y van ampliando ese campo de visión más allá de lo mágico.

Existen muchísimas oportunidades de trabajar la perspectiva en el día a día. Ponerse en el lugar del otro, contar cuentos en los que son capaces de integrar al protagonista como si fueran ellos mismos, juegos de roles que van sembrando en su desarrollo nuevas maneras de entenderlo todo. 

Para acompañar a los niños en esta etapa desde el respeto, es fundamental integrar bien que la empatía es un proceso madurativo, que ellos no perciben el mundo como los adultos, pero no porque no quieran, sino porque no pueden. Y ayudarles a transitar estas etapas desde la tolerancia, la paciencia y la armonía les ayudará a integrar esos aprendizajes de una manera mucho más coherente y respetuosa con ellos mismos y, por ende, con los demás. 

No hay que olvidar que los hijos son nuestro espejo y no podemos pretender que nuestros hijos sean respetuosos si nosotros no lo somos con ellos, que no peguen si les pegamos o que no chillen si les chillamos. Criar y educar con consciencia es la llave para que, el día de mañana, se conviertan en adultos sanos a todos los niveles.

A continuación, os dejamos cuatro actividades que ayudarán a tus hijos ponerse en el lugar del otro y superar esta etapa egocéntrica:

 

 

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